miércoles, 4 de enero de 2012

LOGOS NIHILISTA DEL ESPIRITU POSITIVO


EL LOGOS NIHILISTA
DEL ESPÍRITU POSITIVO

En torno a la filosofía analítica

GUSTAVO FLORES QUELOPANA
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

El profesor y amigo Julio Chávez Rivera en una reciente conferencia en el Cenáculo de Filosofía Yachaywiñay, acaba de lanzar la idea que entre el positivismo de Comte y el neopositivismo del Círculo de Viena apenas hay puntos de contacto. Tanto así que en el padre el positivismo hay profundidad metafísica, mientras que en el neopositivismo se da una evidente reductibilidad del campo filosófico estrechándolo al análisis del lenguaje. Me parece que es importante analizar con mayor detalle estos problemas debido a que conducen a demostrar, no sólo, lo que está vivo del «espíritu positivo» en la filosofía analítica, sino su logos nihilista.
Mi parecer es bastante diferente. Sostengo, por un lado, que entre el positivismo de Comte y, en general, en el positivismo del siglo XIX, y el neopositivismo existen puntos de contacto, pero también se mantienen sustanciales coincidencias. En segundo lugar, resulta bastante controvertible llamar “metafísicas” a las preocupaciones religiosas de Comte. Creo, en tercer lugar, injustificado limitar el movimiento neopositivista hasta el Círculo de Viena, dado que se extiende bastante más allá. Y, en cuarto y último punto, más bien es notorio una ampliación temática de los intereses del neopositivismo, como lo era en Comte, en lo que se llama el giro epistemológico y la metafísica analítica de la filosofía analítica.
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Vamos al primer punto, las coincidencias y diferencias. En general, el positivismo es aquella actitud teórica que sostiene que el único auténtico conocimiento o saber es el saber científico. Le caracteriza una actitud crítica ante la filosofía tradicional, en especial la metafísica, y afirma que también la filosofía ha de ser científica. Para ello, el «espíritu positivo» es fiel a los siguientes principios: (1) el principio ontológico del fenomenismo, según el cual la realidad se manifiesta en los fenómenos, obliga a rechazar cualquier concepción de una esencia oculta más allá de los fenómenos; (2) el principio del nominalismo, según la cual el saber abstracto no es saber de cosas en sí o universales, sino de meras cosas individuales generalizadas; (3) el principio que obliga a renunciar a juicios de valor y a enunciados normativos, en cuanto carentes de sentido cognoscitivo y, finalmente, (4) el principio de la unidad del método de la ciencia, según la cual cabe pensar en un solo ámbito del saber, reducible a la observación y a la experiencia, en definitiva a una única ciencia, sobretodo la física.
Estas notas –fenomenismo, fisicalismo, cientificismo, nominalismo, empirismo, antiesencialismo y la actitud antimetafísica- son características constantes tanto en el positivismo del siglo XIX como en el neopositivismo del siglo XX. Obviamente que hay diferencias. Mientras que por un lado, el positivismo sociológico de Augusto Comte, el positivismo biológico de Claude Bernard, la ética positivista de John Stuart Mill y el positivismo evolucionista de Herbert Spencer, primeros representantes del espíritu positivo europeo hasta el último cuarto del siglo XIX, y por otro lado, el empiriocriticismo de Mach y Avenarius,  centran su estudio en los hechos de las ciencias naturales defendiendo la necesidad de una filosofía científica; en cambio en el período que transcurre entre los años veinte y treinta del siglo XX, tras la primera guerra mundial, se desarrolla el denominado positivismo lógico, empirismo lógico o neopositivismo cuyo objeto es el análisis lógico del lenguaje.
Es decir, este neopositivismo, que representa la tradición positivista germánico-austríaca, y que gira en torno al llamado Círculo de Viena, con M. Schlick, R. Carnap, C. Hempel; Gödel y O. Neurath, además de inspirarse en Hume, Comte y Mach, se distingue del positivismo del s. XIX por centrar su estudio, no en los hechos, objeto de las ciencias naturales, sino en el análisis lógico del lenguaje.
Sin embargo, su característica más positivista es el criterio empirista del significado, o principio de verificación, según el cual sólo tienen significado y producen conocimiento, aquellos enunciados que son susceptibles de verificación, esto es, aquellos para los cuales existe un método de comprobar si son verdaderos o falsos. El Círculo de Viena defiende, además, la tesis de la unidad de la ciencia y algunos de sus miembros sostienen la afirmación de Comte, de que la sociología ha de seguir los mismos métodos de las ciencias de la naturaleza; afirmación que constituye el núcleo del llamado «positivismo sociológico».
A propósito de este cientificismo naturalista, giró la disputa epistemológica del positivismo en el congreso de Tubinga, convocado en 1961 por la Sociedad Alemana de Sociología, en torno a la lógica de las ciencias sociales. Habitualmente se vincula a las ciencias de la naturaleza la función de describir y explicar hechos, mientras que se atribuye a las ciencias sociales la función de aplicar valoraciones o valores. La controversia la inician primero Adorno y Popper y la continúan después Habermas y Albert. Representó un enfrentamiento entre la epistemología del racionalismo crítico y la dialéctica de la escuela de Francfort. La discusión se basa en el problema del método científico de las ciencias sociales. Las ciencias de la naturaleza se basan en el método hipotético-deductivo. Las ciencias sociales no pueden atenerse a este modelo nomológico de explicación y predicción, puesto que las regularidades que se observan son difícilmente predictibles.
Para el racionalismo crítico, tanto las de la naturaleza como las de la sociedad deben atenerse al mismo método: proposición de hipótesis y contrastación por los hechos; las hipótesis que no superan la prueba de los hechos han de ser desechadas como no científicas. Los dialécticos de la escuela de Francfort rechazan la imposición positivista a la sociología de los métodos propios de las ciencias de la naturaleza. La sociedad tiene características propias y no es un objeto de la naturaleza. Es una totalidad, que ha de captarse en su globalidad, contradictoria en sí misma, racional e irracional a un tiempo; la reflexión sobre ella se hace no simplemente para conocerla, sino a transformarla, y toda teoría social es también práctica; de ella nos interesa primariamente no lo que es verdadero o falso, sino lo que es bueno o justo.
En suma, las notas de fenomenismo, cientificismo, nominalismo, empirismo, fisicalismo, antiesencialismo y la actitud antimetafísica son permanentes tanto en el positivismo como en el neopositivismo. La diferencia central reside en que mientras los primeros centran su estudio en los hechos de las ciencias naturales, defendiendo la necesidad de una filosofía científica, en cambio el neopositivismo reclama como objeto al análisis lógico del lenguaje.
En segundo lugar, resulta controvertible llamar “metafísicas” a las preocupaciones religiosas de Comte. La principal aportación de Comte al positivismo es la idea de que la realidad humana es social y también ella debe poder ser conocida científicamente. Es decir, que la religión de la humanidad no implica la creencia en la inmortalidad del alma, en un Dios trascendente, un ser en sí, en un nóumeno y en una esencia inmutable.
La metafísica esencialista clásica se basa en la distinción entre el mundo del fenómeno y el mundo del ser. Tal diferencia es suprimida por el positivismo a lo largo de todas sus variantes. Es cierto que se ha hablado de la metafísica subjetiva de la modernidad, como aquella que concibe la esencia como idea o representación de la mente. Pero en todo caso se trata de una metafísica del conocimiento, más no de la realidad; y lo característico de la metafísica es su pronunciamiento sobre la existencia de fundamentos últimos suprasensibles en lo real. Desde este punto de vista, no hay metafísica posible en la concepción comteana. De modo que aun cuando Comte asuma en sus últimas obras un tono esotérico y excéntrico, como es el caso de su Síntesis subjetiva (1856), sin embargo, ello no significa que el fundador del positivismo haya renunciado a su pronunciado matiz antimetafísico.
En tercer lugar, resulta injustificado juzgar al movimiento neopositivista limitándolo hasta el Círculo de Viena. En otro trabajo intitulado Ontología y filosofía analítica (2009), he propuesto entender a la filosofía analítica dividiéndola en cinco etapas: 1. Lógica (Russell, Whitehead, Broad, Moore y Wittgenstein), 2. Lingüística (Carnap, Schlick, Neurath, Gödel), 3. Pragmática (Austin, Ryle, Quine), 4. Epistemológica (Putman, Chomsky, Searle, Davidson) y 5. Metafísica analítica (Strawson, Sellars).
El conjunto de doctrinas filosóficas mantenidas por el derrotero del empirismo lógico o neopositivismo -y que en parte puede también aplicarse a la filosofía analítica posterior-, cristalizaron influencias del positivismo primigenio, en el sentido  en que vuelve por los fueros que rebasan el análisis lógico del lenguaje.
Schlick sostuvo que «el significado de una proposición es el método de su verificación», por lo que comprender un enunciado era lo mismo que conocer la manera de verificarlo. Ayer, principal divulgador de las ideas del Círculo de Viena en Inglaterra, dio primero, en Lenguaje, verdad y lógica, una versión radical (en la edición de 1936) que luego revisó (en la edición de 1958), distinguiendo entre un sentido «fuerte» y un sentido «débil» del término «verificable». Los enunciados de la filosofía no serían verificables en ninguno de los dos sentidos, por lo que no son empíricos, no producen información y no son significativos: al contrario, son carentes de sentido.
Los enunciados de la metafísica no se consideraron verificables en ninguno de estos sentidos y, junto con muchas otras expresiones lingüísticas (como, por ejemplo, «lo absoluto es perfecto»), se desecharon como no significativos o carentes de sentido. La filosofía, en consecuencia, carece de sentido como metafísica, y una de las principales tesis del positivismo es la superación de la metafísica por medio del análisis lógico que hace ver su ausencia de sentido; la filosofía no puede ser más que una actividad esclarecedora, o de análisis, mediante el uso de los recursos lógicos aportados por Russell y Whitehead, de los problemas aparentemente filosóficos, para decidir si pertenecen a la lógica, por ser tautológicos, o a alguna ciencia empírica determinada, por ser sintéticos. En el mejor de los casos, a la filosofía compete, según algunos positivistas lógicos, una actividad terapéutica: la de clarificación del sentido de los problemas metafísicos con la finalidad de eliminarlos. Por tanto, no es propio de la filosofía hablar acerca del mundo, sino ser un conjunto de enunciados sintácticamente bien formados con el que se habla acerca de enunciados que hablan (en la ciencia correspondiente) del mundo.
Se puede decir, a la luz de la etapa pragmática, epistemológica y metafísica analítica, que este «formalismo» adoptado por el Círculo de Viena ha caducado. El formalismo derivó en un fisicalismo, y éste en un materialismo. Tal esa el caso de la unificación de lo mental y lo físico por Davidson. Carnap ante los ataques de Popper contra la verificabilidad y la propuesta de éste a favor de la falsabilidad, sustituyó el criterio de verificabilidad por el de «traducibilidad»: un enunciado tiene significado si, y sólo si, es traducible a un lenguaje empirista, y un lenguaje es empirista si todo enunciado se construye en términos de características observables de objetos físicos, y sus enunciados son susceptibles de confirmación. Pero esta nueva ampliación del principio de verificación no soslayó la dificultad de traducir todo término teórico a un lenguaje observacional.
Por último, es notoria una ampliación temática de los intereses del neopositivismo, como lo era en Comte. El giro comienza con el postpositivismo o tercera etapa de la filosofía analítica, la cual se basó en el giro pragmático de las Investigaciones filosóficas del segundo Wittgenstein, donde se insistía en que el lenguaje no es un cálculo abstracto sino un modo de experimentar el mundo. Con ello se transformó la filosofía del lenguaje dándosele un giro pragmático. La cuarta etapa del postpositivismo tiene un marcado matiz epistemológico. Putman, Chomsky, Searle y Davidson contribuyeron a la filosofía de la mente, la lógica, la lingüística, etc. Desde 1950 los problemas de la metafísica analítica sistemática han sido estudiados por los británicos Stuart Newton Hampshire, Peter F. Strawson y Sellars. Newton Hampshire se interesó, al igual que Spinoza, por la relación entre pensamiento y acción.
La corriente postanalitica lejos de reducir el mundo a la lógica, como lo hacía el Círculo de Viena, ahora más bien con Donald Davidson y su concepción epistemológica antirepresentacionista y su teoría plenamente materialista de la mente; Strawson, con su metafísica prescriptiva; y Sellars, con su nominalismo psicológico y su ataque a los dogmas fundamentales del empirismo, intenta una conciliación entre la tradición analítica surgida del segundo Wittgenstein, con la gran tradición metafísica europea. Es cierto que Austin, Chomsky, Goodman, Dummett y Putman son todavía agnósticos y eclécticos, al postular que de la existencia del mundo exterior sólo podemos tener creencias más no un conocimiento objetivo, pero ya bastante lejos de las limitaciones lingüísticas del Círculo de Viena.
Una vuelta atenuada a la metafísica caracteriza a la filosofía analítica actual. Hay algunos que ya han comprendido los límites del positivismo y morigeran su tendencia antimetafísica. Pero aun es decisivo el análisis del lenguaje. Ahora bien, el positivismo lógico del Círculo de Viena se conoce como neopositivismo o empirismo lógico, porque destaca los dos fundamentos filosóficos en que se basa: la lógica y el empirismo. El uso de la lógica para la crítica del lenguaje, y el recurso a la epistemología empirista (fenomenista primero y luego fisicalista), como teoría del conocimiento es también lo característico de la filosofía analítica. Austin, Chomsky, Apel, Searle y otros tratan de sintetizar el lenguaje como esqueleto (sintaxis, gramática), sistema nervioso (semántica) y pragmática (signos y usuarios-contexto). Por tanto, es plausible entender a la filosofía
analítica como última prolongación del neopositivismo. Pero fueron corroyendo sus apoyos tanto las críticas a los dogmas del empirismo que venían de su propio seno con Quine, Sellars y Davidson, como las críticas de otras filosofías rivales que negaban como modelo de la realidad la adecuación de la teoría comprobable y la percepción material. Se hizo evidente la suposición metafísica de la filosofía analítica misma: todo es observable o relacionado con algo observable y la mente no tiene vida autónoma.
Apreciación crítica. No obstante las críticas a los dogmas del empirismo, se puede afirmar que la filosofía analítica actual se queda aun en la designación y no en la penetración del objeto. Como última expresión del neopositivismo, se mantiene fiel al «espíritu positivo», en tanto permanecen incólumes los principios del nominalismo, empirismo fenomenismo, fisicalismo y antiesencialismo.
El logos del empirismo no es principio de toda verdad. Inspirada en Aristóteles, los estoicos, la baja edad media y en el arte combinatoria de Lulio desemboca en el puro formalismo de las significaciones sin tomar en cuenta el objeto significado. La verdad es pura convención, pura relación intralógica sintáctica. Pero el neopositivismo se refutó a sí mismo admitiendo que en el “dato” hay elementos (unidad, diversidad, semejanza, totalidad, etc.) que no contienen nada originalmente sensible. El logos de la logística neopositivista es nihilismo que emerge del nominalismo y del empirismo, permanece en la desnudez de la nada interpretativa.

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