sábado, 15 de diciembre de 2012

CEREBROS DESCENTRADOS. Sobre la web y el hombre sin cultura

CEREBROS DESCENTRADOS
Sobre la Web y el hombre sin cultura
Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofía

 

No hay muro más difícil que derribar que los muros invisibles del pensamiento. Actualmente el Muro de la Web ha tomado el lugar del Muro de Berlín. Hay que decirlo sin ambages, el hombre de nuestro tiempo está amenazado más terriblemente que por la catástrofe climática por la catástrofe del pensamiento. El cerebro descentrado se convierte en la verdadera amenaza y el verdadero símbolo de su libertad estragada.

Suponiendo que las maravillas de la ciencia y de la tecnología logren la energía de fusión y hagan innecesario la explotación de la contaminante energía fósil antes de la fatídica fecha del 2050, fecha en que según los expertos la temperatura del planeta subirá 4 mortíferos grados, eliminando de este modo dos tercios de la humanidad, digo pues, que aun evitando esta amenaza nos quedaría otra mucho peor y es la que consiste en la robotización de la humanidad gracias al avance imparable de la inteligencia artificial. El riesgo es que el cerebro descentrado nos avasalle por completo, lo que ya hoy es una realidad en los adictos del Internet, el Facebook, el Twitter y los blogs, con los siguientes síntomas sobre nuestra manera de pensar, sentir y actuar, a saber:

  • La mente se vuelve superficial
  • Se entumece la memoria
  • Debilita las estructuras cognitivas
  • Reduce la capacidad reflexiva
  • Exacerba lo útil, pragmático y lúdico
  • Disminuye la capacidad de concentración
  • Extingue el placer espiritual de leer y escribir
  • Empobrece la escritura con apócopes y jerga indescifrable
  • Apaga la capacidad de crítica
  • Aleja de la buena lectura
  • Crea adicción a lo superficial y lo novedoso (misoneísmo)
  • Antepone la inteligencia social sobre otras formas de inteligencia, sobre todo la teórica
  • Genera conformismo con el mundo
  • La realidad virtual insensibiliza ante la maldad, daña el sentido moral
  • Acostumbra a sustituir la realidad real por la realidad virtual
  • Aumenta la pasividad del espectador y hunde la voluntad
  • Empobrece las relaciones humanas reales
  • Genera solipsismo social
 
Esto ha hecho que surja el hombre sin cultura. El hombre creó la cultura pero ahora muere la cultura y adviene el  hombre sin cultura. Hay quienes creen que todo es cultura, hasta los desperdicios de la basura son tan culturales como una sinfonía de Beethoven o Mozart. Esta degradación del concepto de cultura ha venido de una tergiversación. Primero fueron los etnólogos y los antropólogos quienes luchando contra el etnocentrismo de occidente rompieron fuegos contra el no considerar como culturas a las civilizaciones ágrafas, luego vino Mijaíl Bajtin (La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento) defendiendo  de que la cultura popular no es incultura y por tanto derogó la distinción entre cultura, incultura y pseudo cultura. Todo este cambalache desembocó en que el hombre culto fue remplazado por el especialista, es decir por el enfoque unidimensional y bárbaro de la cultura.

De esta manera se ha vuelto en moneda corriente en que ahora se esté codo a codo con la presencia atosigante del hombre sin cultura, el hombre robotizado, que ya no piensa o piensa mínimamente gracias a sus prótesis tecnológicas. De las tres facultades del alma (sensibilidad, razón y voluntad) el hombre sin cultura  daña las tres. Su emoción se insensibiliza en el mundo virtual, ya no acepta el valor y vive desconectado. Su razón está informada pero es poco reflexiva. Su voluntad adormecida, es manipulable y sin dirección se abandona a las inercias del mercado. El hombre sin cultura es mero espectador, vive de pura imagen y sonido, no lee, escribe horrorosamente, mientras más banal mejor se siente, asume el mundo como un vasto teatro, donde asume un papel sin autenticidad, su vida es un mero show de entretenimiento. Igual que la información audiovisual él mismo se vuelve fugaz, transeúnte, intrascendente, ficticio, pasivo, receptivo, conservador, femenino, anómico, anético, fantasioso, evasivo, desmovilizado, incapaz de revoluciones o insurgencias, entretenido, eximido y reversible, su bostezo letárgico y sumiso apenas da para el grito disoluto del éxito lúdico y conformista.  

Si estas son las nefastas consecuencias sobre las facultades del alma, entonces es comprensible que digamos que hasta antes de la caída del Muro de Berlín el mundo vivía bajo la espada de Damocles del holocausto nuclear, en cambio ahora y tras tres décadas de neoliberalismo, cuyo producto más refinado es haber hecho más rico al 1% y más pobre al 99% de la población mundial, se vive bajo la amenaza del holocausto moral. Pero lo más significativo es que la tecnología de las comunicaciones bajo el consumismo frenético del sistema capitalista ha creado una aldea global interconectada por cuyos circuitos se extiende dicho mal, y este es el hecho novedoso, asociado al hombre sin cultura. Sí, por primera vez en la historia de la humanidad es el hombre sin cultura el protagonista de la vida, y lo es porque precisamente es el elemento indispensable de una vida vacía y sin sentido, orientada hacia el consumismo y la explotación del hombre sobre el hombre. En otras palabras, el holocausto moral está coligado y retroalimentado por el holocausto mental que se difunde como un virus letal por el Internet. De manera que si hay algo en el presente que amenaza más terriblemente la supervivencia del homo sapiens, ese algo es la web dentro del contexto institucional del capitalismo.

En este sentido, las nuevas tecnologías de la comunicación están resultando ser una de las más eficaces tecnologías de la destrucción masiva del pensamiento, son en realidad generadoras de cerebros descentrados, de la delicuescencia mental y del surgimiento de una nueva ley objetiva en el proceso social: ordenadores más inteligentes son inversamente proporcionales a cerebros más menguados. Los sueños de la razón nos asaltan nuevamente convirtiéndose en verdaderos monstruos. Sin embargo, esto sucede así –como veremos– por razones institucionales más que por razones de índole científica-tecnológica. Dicho de otra manera, porque el capitalismo a través de su hegemonía del precio sobre el valor y el consumismo exasperante está prolongando la era paleotécnica de nuestra civilización técnica, es una traba para el avance de la era neotécnica y un obstáculo para la extensión de sus beneficios hacia toda la comunidad.

Ya McLuhan, el visionario de la sociedad de la información que acuñó el término de aldea global,  en 1962 a través de su afamado libro La galaxia de Gutenberg nos había advertido que los medios electrónicos de comunicación modifican profundamente nuestra manera de pensar y actuar. Claro, como hombre de su tiempo creyó que la galaxia de Gutenberg concluía con la galaxia de Marconi, representada por la radio y televisión principalmente, calificado por él como medio caliente por su alta definición, mayor información y menos participación. Además pensaba que en la civilización la cultura de la escritura competiría con la cultura electrónica. Jamás se imaginó que la revolución tecnológica produciría en las comunicaciones la fusión de lo que él clasificaba como medios calientes y medios fríos (baja definición, menos información y más participación, por ejemplo el telégrafo y teléfono). Ahora desde cualquier ordenador se puede contar con una alta definición y mayor información (medios calientes) y a la vez con una mayor participación (medios fríos). Es decir, lo que la cultura electrónica ha logrado es la mayor participación del hombre-usuario. Pero como vivimos bajo una sociedad altamente competitiva ésta participación se distorsiona en pos de lograr lo cuantitativo en vez de poner énfasis en lo cualitativo. De modo que el daño más severo lo sufre la vida cultural.

Entonces, si el factor de “participación”, tan caro en las sociedades democráticas capitalistas, ha aumentado con la nueva cultura electrónica no deberíamos estar escribiendo cosas majaderas contra el Internet. Pero aquí cabe hacer una precisión. Si el capitalismo hizo más amplia la libertad humana al mismo tiempo la volvió más vacía e irracional. Por lo demás la mentalidad liberal abriga el prejuicio de identificar el capitalismo con la libertad, alimentando un mito identificatorio. Pero esto equivale a olvidar que la modernidad es en realidad la confluencia, y muchas veces el corrido paralelo de tres ríos, a saber, el humanitarismo, hijo de la caridad cristiana; el capitalismo, hijo de la economía dineraria de los mercaderes burgueses de la alta Edad Media; y la mentalidad científico-técnica, que fue una “mutación metodológica y metafísica” respecto de la ciencia medieval. En otras palabras, la libertad en la modernidad avanza cabalgando sobre el ideario de la caridad cristiana y no precisamente sobre los hombros del capitalismo. Por lo demás, la propia literatura inglesa con Charles Dickens ilustra lo descomunalmente antihumano que era el capitalismo paleotécnico, basada en el hierro y en el carbón, antes de asimilar los derechos sociales y laborales bajo presión de la competencia ideológica con el socialismo.

 Ahora bien, lo que se constata es que la cultura electrónica en la sociedad competitiva va consolidando una cultura de la imagen robustecida por el mercado supuestamente libre que sustituye a la escritura y a la lectura, el sonido ya no se distingue de la bulla y el ruido, reina la confusión y prosigue sin cesar el carnaval de embelecos frívolos. Y esta zarabanda superficial de entretenimiento tiene sus apologetas. Así, el escritor mexicano Jorge Volpi defiende a capa y espada el libro electrónico con el argumento de que su predominio representaría la mayor expansión democrática de la cultura, todo lo cual haría desaparecer los libros físicos, librerías, bibliotecas, editores, correctores y distribuidores. A esto ya otros han respondido a Volpi señalando la fragilidad del soporte electrónico, su menor durabilidad y la mayor belleza del libro físico. Pero hay algo más substancial todavía. Y es que libro electrónico podrá ser más entretenido e incluso animado, pero tocar, oler, pesar, anotar, volver las páginas, consultarlo y contemplarlo en el estante de la biblioteca es una experiencia estética y creativa que las tabletas electrónicas no pueden ofrecer. En otras palabras, el desarrollo del libro electrónico responde a la aceleración artificial de la vida bajo el sistema capitalista. Por eso no llama la atención que hasta profesores universitarios de filosofía atrapados en la lógica capitalista de convertir al “cambio” en algo permanente corran desesperados por la última novedad libresca para sentirse a la moda repitiendo los sofismas últimos. El misoneísmo intelectual es también signo evidente de cretinismo en la cultura.

Es evidente que a este cretinismo cultural han contribuido ilustres figuras intelectuales. Yo llamaría “genios descarriados” a figuras de una charlatanería taladrante que han hecho gala de desatino intelectual y tiniebla expresiva para justificar lo injustificable, esto es, dificultan la comprensión del mundo real con la mentira de que el mundo real no existe. Sus variantes son amplias, estructuralistas, postestructuralistas y posmodernistas comulgan la misma hostia subjetivizante y disolvente del relativismo presente. Bataille empezó la orgía sofística destacando lo sagrado en lo disoluto, lo obsceno y la muerte; Foucault subyugado por la ética del deseo y el rescate de la muerte de Bataille proclama la muerte del hombre, pero con un subjetivismo tímido que sostiene que el hombre no existe pero al menos está allí; Barthes no se dio con satisfecho con la muerte del hombre proclamada por Foucault y declaró que sólo existe el estilo; a Derrida no le bastó lo del estilo barthesiano y dijo que sólo existen los textos literarios o los discursos; a Baudrillard ni los discursos ni los textos literarios le satisfacen y  pregonó que la realidad virtual está por encima de la realidad real; los italianos que no se quedan atrás en este nihilismo disolvente se pronunciaron a través de Vattimo y su filosofía de la liquidación total y ontología hermenéutica que diluye los hechos en eventos y proclama la desvalorización de los valores supremos; el pragmatismo hermenéutico norteamericano también se hace presente a través de la filosofía antirepresentacionalista de Rorty, según el cual no hay verdades hay creencias.

Otras miradas estrictamente académicas, es decir sin vincularlo con lo sociopolítico y económico, también han denunciado el uso falaz de la ciencia y la filosofía que vuelve vacía la literatura y la historia. Ahí tenemos  a Revel y su libro El por qué de los filósofos (1957), a Gertrudis Himmelfarb y su ataque feroz al desconstruccionismo en  Mirando el abismo (1994) y a Alan Sokal y Jean Bricmont que arremeten incluso contra Irigaray, Lacan, Kristeva, entre otros, en Imposturas intelectuales (1998). Todo esto nos rememora lo escrito por René Dubos en Los sueños de la razón (1961) cuando subrayaba que el reto actual de la ciencia es de índole moral, porque a ella le son inherentes las preocupaciones humanas, pero lamentablemente en nuestra era de consumación de las utopías científicas la ciencia sometida al poder se ha destacado como instrumento de conquista económica en vez de técnica para comprender el universo, lo cual traiciona lo desinteresado de la ciencia y fortalece sus distorsiones impuestas por el sistema. Sobre esto no cabe duda que la ciencia no debe identificarse con el poder y la tecnología y los científicos deberían recordar que no sólo de pan vive el hombre.
 
Por ello no cabe duda que el destino disolvente del capitalismo también involucra el extravío humano de la ciencia y la errancia de la filosofía de su destino metafísico. Toda esta marejada de la filosofía podemos llamarla la del “crepúsculo de la verdad”, y no porque no existan elementos valiosos en ellas, porque los hay, sino porque sus líneas esenciales fortalecen el extravío humano en la absolutización de su inmanencia y la negación de la verdad. Este es el fondo  filosófico sobre el que ha ido avanzando la liquidación de la cultura y el prestigio de la especialización. Pero todo esto es olvidar que mientras la cultura humaniza, la ciencia sólo instruye. La expresión más sólida y formadora de la cultura son las artes y las letras, porque mientras éstas se construyen sobre su pasado, no prima la especialización ni el progreso de conocimientos, en cambio en la ciencia y la técnica prima el progreso de conocimientos sobre la base de la negación de su pasado y el avance de la especialización. Las artes y las ciencias responden mejor a la estructura permanente de la condición humana, dan sentido a la vida e ilumina sus misterios sin negarlos, en cambio el conocimiento especializado de la ciencia y técnica es sólo informador y operativo, puesto al servicio de las necesidades humanas a través del dominio de la materia.

No hay duda que si el capitalismo no llega a arrastrar a la civilización presente hacia la catástrofe y somos capaces de reemplazarlo por otro sistema, entonces al madurar la vida social, por efecto de pasar de una economía de la adquisición hacia una economía de la vida, el papel de la ciencia de la técnica disminuirá y las artes y las letras volverán a recuperar su sitial educativo y formador que tiene destinado. En este sentido, y sin hesitar, se puede sostener que bajo la nueva etapa del capitalismo actual la cultura se deshumaniza porque acorde con una economía que supedita el valor al precio,  el ser al tener, no busca formar espiritualmente al hombre sino crearle demandas y necesidades artificiales sin cesar y en una vorágine infernal que al final lo convierte en cosa, lo cosifica. El hombre del capitalismo hiperimperialista actual no está simplemente alienado, está cosificado, porque su protesta carece de profundidad ideológica y más se asemeja a un bostezo aburrido de alguien que quiere conservar su estilo consumista de vida californiana. Es propio del hombre cosificado tener un cerebro descentrado, muy acorde al hombre sin cultura que es.

Es por eso que el libro de Nicholas Carr, Superficiales: Qué está haciendo el Internet con nuestras mentes (2011), es revelador porque revela los estragos que ocasiona al intelecto la adicción a la pantalla del ordenador. Lo cual permite comprender cabalmente el atroz mariposeo de toda una generación de millones de graduados universitarios que han perdido el hábito de la lectura, todo lo serio y profundo les causa repulsa, su escritura atropella todas las reglas de la gramática y se sienten atraídos, como la luciérnaga a la luz, solamente por lo frívolo y superficial. Lo que Carr, un graduado en literatura, no advierte es el oculto e invisible vínculo que existe entre esta deformación de la cultura electronal con el sistema capitalista. De manera que la cultura electrónica que va sustituyendo a la cultura escrita lejos de favorecer la expansión de la cultura democrática, como piensa Volpi, hace que las tabletas electrónicas la minen, porque no sólo aísla más al individuo de la realidad real, sino porque este medio bajo la égida de la economía capitalista de mercado favorece la frivolización de la cultura hasta límites de sustituirla por el entretenimiento. La cultura ha quedado normalizada como un tornillo más del deshumanizante sistema económico, y el intelectual orgánico que le corresponde goza en medio del conformismo y el alto consumo. Entonces, por primera vez insurge de manera hegemónica en las sociedades democráticas el hombre sin cultura.

Hay algo que amenaza la supervivencia del hombre como homo sapiens sapiens, y ese algo no es precisamente la civilización del entretenimiento –como piensa Mario Vargas Llosa–, ni la cultura electronal por sí misma, las cuales son una consecuencia pero no el origen del problema, sino que la raíz está en el capitalismo global, que en su última etapa hiperimperialista (etapa de la soberanía de las megacorporaciones transnacionales privadas) no hace más que exacerbar su propia esencia en todos los ámbitos de la vida humana, esto es, la búsqueda del beneficio a cualquier costo, incluso bajo la muerte de la cultura. Porque no sólo hoy vemos la muerte de la cultura, sino que, al no castigar a los responsables del fraude inmobiliario financiero del 2008, que provocó la crisis que hasta ahora dura y cuyos coletazos causan devastación y pone de rodillas a la Unión Europea, con ello prácticamente se extendió la partida de defunción de la ética. La impunidad de los banqueros y financistas, que generan la descomunal riqueza especulativa del capitalismo actual, es el símbolo más claro de la derrota no sólo del pensamiento humano sino también de sus valores.

Y no podría ser de otro modo porque los valores se descubren por la inteligencia y se sienten por los sentimientos, pero se practican por la voluntad, es decir, los valores sólo son realidad cuando se forma el hábito de la ejecución constante del bien, es decir, de la virtud. Sin virtudes no hay valores, pero en la sociedad donde prima el precio sobre el valor, y cuando por razones lucrativas la estructura del precio se desliga constantemente de la economía de excedentes, entonces lo que tenemos es una  economía basada en la especulación y en la creación artificial de necesidades. Es decir, no está puesta al servicio del hombre sino de la riqueza por la riqueza, y ello sólo tiene un nombre, a saber, el vicio, o sea la práctica constante del mal. Este círculo vicioso social no puede generar personas virtuosas sino personas viciosas, porque aun cuando se esfuercen en practicar valores y ser virtuosos en lo privado, la práctica constante del vicio en lo público no tarda en filtrarse por los amplios poros de lo privado. Se trata de una sociedad psicopática que vive con falsos valores que destruyen y dividen desde lo más profundo la personalidad del hombre. Por ello, no sólo la cultura está muerta sino también la ética, y es por eso que el hombre sin cultura de hoy, que necesita el mercado supuestamente libre, es el triunfo anodino del hombre anético, con códigos morales vaciados de contenido ético.
 
Si la cultura está distorsionada desde su base es porque la lógica del capital la ha invadido y subordinado, por consiguiente, no se puede pensar en la recuperación de la vida cultural sin sanear todo el organismo social de la frenética y deshumanizante economía del beneficio y de la adquisición. El capitalismo crea una cultura a su medida, frívola y banal, porque ella misma vive bajo la dicotomía irracional de una economía de excedentes que no se adapta al lucrativo sistema de precios. El capitalismo deshumaniza porque esencialmente no busca satisfacer necesidades sino crear demanda sin fin. El capitalismo teme a la cultura seria y profunda porque ella ataca la esencia misma de la incentivación artificial del consumo, y por ello el capitalismo necesita prosperar promoviendo la muerte de la cultura seria y su remplazo por la cultura superficial o del entretenimiento.

El primero en hacer sonar la alarma sobre la decadencia de la cultura fue el célebre poeta T. S. Eliot con su ensayo publicado en 1948, Notas hacia la definición de la cultura. Allí defiende la idea que la alta cultura es patrimonio de una élite que no se identifica con la clase privilegiada y que cultura y religión son inseparables. En 1963 Debord escribe La sociedad del espectáculo, para denunciar desde bases marxistas que la muerte de la cultura es resultado de su banalización por la alienación capitalista y la cosificante obsesión consumista, lo cual vuelve al hombre en consumidor de ilusiones vacías. En 1971 George Steiner le responde a Eliot en su ensayo En el castillo de Barba azul, destacando que la cultura laica y secularizada acabó con la cultura, declaró la muerte de Dios, abrió las puertas del infierno y precipitó la era de la poscultura pesimista, antihumanista, nihilista y defensora de la cultura de la imagen.

En el 2010 los filósofos Gilles Lipovetsky y Jean Serroy publican La culturamundo. Respuesta a una sociedad desorientada, donde notifican la entronización en la cultura global de una cultura-mundo o de masas con predominio de la imagen, el sonido y las redes sociales, que lo vuelve servil al mercado y al consumo. El sociólogo Fréderic Martel en 2010 publica Cultura mainstream o de la corriente principal, donde se exhibe que la cultura del hombre masa es la del entretenimiento, los videojuegos, películas, música rock, pop  o rap, pero cuyo único objetivo es  servir de pasatiempo popular. Esto es, el mercado, el éxito comercial y la producción industrial dictaminan que la diversión debe conformar la cultura del hombre masa.
 
El nobel de literatura Mario Vargas Llosa, a quien leo con fruición en sus sugestivos y artísticos ensayos aunque no comulgue con su dogma liberal, dio a la luz en el 2012 La civilización del espectáculo. Allí en realidad se enfrenta con el mexicano Octavio Paz, quien afirmó que es el mercado capitalista el responsable de la bancarrota cultural de la sociedad actual. El novelista peruano le responde en realidad de una manera bastante ambigua. Pues, primero admite que el capitalismo conduce a la degradación de la cultura y a la civilización del espectáculo porque se basa en la confusión total entre precio y valor (p. 146). Y luego asevera que no es el mercado capitalista el responsable de la bancarrota de la cultura, sino, otros tres factores: la democratización de la cultura, la desaparición de las élites y el desplome de la religión (p. 147-148). Cuando en  la Reflexión Final se pregunta porqué la cultura se banaliza, responde tautológicamente diciendo: porque está en función no de las ideas, sino de la diversión. Es decir, nuestro ilustre novelista no va al meollo del problema, sino, a sus consecuencias.

En su esfuerzo por eximir al capitalismo de toda culpa queda el novelista atrapado en un sofisma: la cultura se degrada bajo el capitalismo, pero éste no es el responsable. La culpa es del desplome de la religión, la desaparición de las élites y la democratización de la cultura. Pero dónde está la raíz de todo este descalabro, no responde. Más aun, sus enredos prosiguen cuando admitiendo que sin religión no hay cultura democrática, tiene que defender desordenadamente el laicismo y la secularización -señaladas ya por Steiner como responsables de la debacle cultural- para arribar a la conclusión que sin Estado laico no hay democracia.

Es decir, exculpa al capitalismo, al mercado libre, al laicismo y al secularismo del deterioro cultural, y entonces cuál es la raíz de todo ello. Amén que deja sin explicar otra contradicción sobre cómo admitiendo que la religión persiste y se extiende, sin embargo está en declive. Gran dilema es admitir, para un agnóstico como él, que por falta de religión muere la cultura, cuando antes aceptó que ésta está vivita y coleando, pues consiente que la religión es indispensable para las masas y su comportamiento moral, es una ilusión útil, y cuando esta ilusión se debilita entonces la cultura se banaliza. Él considera que la religión es una superstición necesaria para el funcionamiento ético de la sociedad, es decir, no la cree verdadera, sino tan sólo útil.

No me imagino si con semejante cinismo pragmático se puede apuntalar verdaderamente un discurso cultural. Vargas Llosa es literato y un pensador provocador, no es un filósofo, al cual sí hay que exigirle ir a la raíz. Por  consiguiente, no seamos sobre exigentes con el planteamiento de un  novelista,  que sustituyó su fe religiosa por la fe en el capitalismo, que después de todo revela una ideológica defensa de un sistema que ahora busca echar mano de la religión para salvarse. Pero su cruzada es una causa perdida, porque revela no comprender la esencia ni del capitalismo (“libre y democrático”) ni de la religión (“ficción útil”) ni de la cultura (“elitista y objeto de consumo”).

Con tales presupuestos no se pueden alcanzar explicaciones a la profunda crisis cultural del presente ni al predominio del hombre sin cultura de hoy. Su mérito es haber insistido como Debord en el carácter de espectáculo, pero ya no solamente de una cultura sino de toda una civilización, en haber destacado como Eliot el fundamento religioso indispensable para la vitalidad cultural, haber subrayado como Martel su esencia frívola y de pasatiempo, y haber destacado como Lipovetsky y Serroy que se trata de un predominio de la imagen, del sonido y de las redes sociales. De quien más distancia toma es respecto a George Steiner, quien responsabilizó a la cultura laica y secularizada de acabar con la cultura, declarar la muerte de Dios, abrir las puertas del infierno y precipitar la era de la poscultura pesimista, antihumanista, nihilista y defensora de la cultura de la imagen.

En este debate fue Octavio Paz el que vio profundamente, que es el mercado capitalista el responsable de la bancarrota cultural de la sociedad actual. Y aun cuando  no insistiera en la esencia misma del capitalismo, como lo hemos hecho en este ensayo, no obstante tuvo el mérito de señalar con claridad meridiana el        origen del mal. Hay quienes tiemblan y creen que esto equivale a botar al bebé y a la bañera juntos, a regresionar al comunismo marxista, a la abolición de la democracia, de los  derechos humanos, de las libertades civiles y políticas, a la intolerancia religiosa, pero todo esto no es sino falta de imaginación y vivir enconchabados dentro de la lógica de la racionalidad instrumental del capitalismo. Pero lo cierto es que el capitalismo va y debe morir, y nosotros debemos contribuir a sus exequias ante que nos arrastre su vorágine destructora, y esto no lo sentencia una lógica ideológica determinada, ni prejuicios dogmáticos del jurásico político, sino que el propio desarrollo de la ciencia y tecnología empujan hacia un colectivismo de nuevo cuño.

La máquina es esencialmente comunista, porque su esencia funcionalista no hace distingo de clases y tiende al beneficio del mayor número. El comunismo se impondrá (siempre y cuando no nos extermine antes el cambio climático, el terrorismo nuclear o la idiotización telemática) no por designio ideológico o una nueva guerra mundial, sino por la misma fuerza de los cambios históricos y culturales. Si antes no acontece un desastre el comunismo advendrá por necesidad culturológica y no por imperativo político. Será el nuevo clima espiritual de una nueva era. Pero aun cuando se haga posible el paso del reino de la necesidad al reino de la libertad, esto no significará la completa felicidad de la especie, porque así de oscura es la condición humana, y lo cual le da una dimensión más profunda al momento escatológico del apocalipsis.

Esto no significa que la técnica no contenga posibilidades perversas y ominosas que lleven a la barbarie cultural, ya lo estamos viendo con los cerebros descentrados del hombre sin cultura atrapado por las redes sociales y la web. Sería un error craso buscar solamente en la técnica una solución a todos los problemas que plantea, pero también seria un error descomunal no ver que actualmente son razones de orden político y financiero de los monopolios imperialistas los que están a la cabeza del desastre cultural y del impedimento a socializar los beneficios de la era neotécnica. En otras palabras, las posibilidades perversas de la técnica pueden ser desencadenadas o neutralizadas por razones de orden institucional o político, como actualmente sucede con la economía dineraria del capitalismo que exacerba la incultura y la diversión a ultranza.

Lima, Salamanca 15 de diciembre 2012