viernes, 27 de junio de 2014

LAS OBRAS ADMITIDAS EN LA FILOSOFÍA VIRREINAL PERUANA

LAS OBRAS ADMITIDAS EN LA FILOSOFÍA PERUANA VIRREINAL
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía

Hay que señalar en primer lugar que la obra de los filósofos racionalistas y empiristas del Viejo Mundo fue casi totalmente ignorada por los filósofos coloniales de los siglos XVI y XVII, no así en el XVIII.

Queda, pues, la obra de los filósofos griegos, escolásticos y de la neoescolástica española como una herencia legada al Virreynato del Perú. Esto es que el bien absorbido fue el señorío de la metafísica de las esencias y del pensamiento sustancialista. El predominio de la ortodoxia católica produjo desde el comienzo la consecuencia de hacer desaparecer no sólo los escritos heréticos sino también los que eran sospechosos de serlo. Pero así como las obras del platonismo medieval llevan hacia la primacía del alma, la realidad de las ideas, el matematismo y el apriorismo, y las del aristotelismo occidental conducen no al cosmos de Aristóteles sino al Dios creador del cristianismo, las obras de los modernos naturalistas del Renacimiento hundirán la ontología de las esencias y su aporte sería la matematización de la realidad. No obstante, la neoescolástica salmantina y conimbricense pondrán al día la doctrina tomista con su defensa insobornable de la libertad y los derechos naturales del hombre.

Efectivamente, la censura sobre la importación de libros al Nuevo Mundo no recaerá sobre los libros que metodológica y conceptualmente no modifican el saber medieval, sino sobre aquellas obras que traen consigo una revolución teórica. En este sentido, los principales libros censurados no lo serán por su sesgo positivista y experimental o por anteponer la praxis a la teoría, sino por contener una ruptura teórica profunda, y esta vez lo encarnaba la matematización de la naturaleza y la visión funcionalista que se derivaba de ella. Es decir, la concepción continuista en lo lingüístico, teórico y conceptual sobre los orígenes del pensamiento moderno, no permite ver con claridad el verdadero motivo subyacente en el control sobre los libros, y, más bien, la concepción de la discontinuidad metafísica y metodológica es la que explica más idóneamente el surgimiento del listado de los libros prohibidos a mediados del siglo dieciséis. Curiosamente los que mejor conocían las nuevas ideas, aunque no las compartiesen, eran los padres de las órdenes religiosas, formados en las universidades de Salamanca y Alcalá que vendrían a América como catedráticos, evangelizadores y misioneros.

Desde 1570 en Lima, México y Cartagena de Indias el control sobre la importación de libros estuvo a cargo del Santo Oficio de la Inquisición[1], el cual debía proteger la mentalidad de los lectores de la nociva influencia de los textos heréticos, relatos fantásticos, y obras políticas antiregalistas, aun  cuando no estuvieran en el listado del Index librorum prohibitorum (1551, 1559, 1583, etc.). No obstante, los agentes de la Inquisición especialmente estrictos en controlar la introducción de todo material “herético”, se mantuvieron condescendientes respecto a textos políticos y literarios tachados de “peligrosos” por la Corona, quizá por considerarlos inofensivos ante una masa indígena iletrada y una incipiente élite intelectual. Su celo estaba puesto en evitar movimientos heréticos entre los peninsulares y criollos, que eran una minoría. La exportación de libros de Europa hacia América colonial durante los siglos XVI y XVII se centró en México y Lima, por ser los epicentros del poder imperial español, eran las ciudades con mayor presencia de tipografías, concentrar la distribución bibliográfica y satisfacer la avidez intelectual, educación o entretenimiento de los colonos europeos, criollos o mestizos y tributarios amerindios, hasta la era de las reformas borbónicas[2]. Se ha hecho notar que de 1539 a 1600 un tercio de los impresos eran en lengua indígenas, mientras que en el siglo XVII la cifra disminuyó a 3 por ciento.

La hispanización de la imprenta respondió a la caída demográfica de las comunidades nativas, el fracaso de algunos proyectos misioneros y el desarrollo de una intelligentsia local[3] Asimismo, como hay mucho que explorar sobre la escritura prevaleciente durante el Renacimiento europeo, se puede admitir sobre la posibilidad de la prolongación de registros alternativos no occidentales de uso en un plano subalterno en Mesoamérica y en los Andes como vehículos típicamente amerindias de trasmisión de conocimientos y de la memoria colectiva por lo menos hasta el siglo XVII[4].

Los estudios tradicionales sobre la historia del libro en la América hispana con una óptica excesivamente recargada de Ilustración, hablan de colonos ibéricos reprimidos por la opresión estatal y la persecución de la Inquisición, pero la verdad es que los nuevos estudios a la luz de la semiótica, teorías del discurso posmoderno, nueva interpretación sobre la evolución intelectual de las élites urbanas criollas y la resistencia simbólica y real contra el poder español en el seno de las sociedades coloniales americanas, ha cambiado la consideración del libro y su historia en el Nuevo Mundo[5]. Además, se ha relievado que en la era de los Borbones las imprentas se multiplicaron y se calcula que todo el periodo colonial produjo unos 17 mil títulos[6]. Aquí cabe advertir que si bien la dinastía borbónica fue, a diferencia de la dinastía Habsburgo, la que trató al Perú como Colonia en vez de como Reino[7], afectando especialmente los intereses de los criollos, sin embargo aceleró el cambio de las ideas con la introducción de obras racionalistas e ilustradas desde Francia. Con los borbones también se daría comienzo a la tendencia intelectual de desvinculación anatópica[8] sobre la propia realidad social. Así, bibliográficamente se vuelven exiguos los estudios sobre el Perú.

El balance y los inventarios bibliográficos de la Colonia nos llevan hacia la constatación de que el libro fue convirtiéndose paulatinamente en un instrumento de adoctrinamiento[9] y conexión con la cultura europea, en un aparato de control social y en eficaz medio para fortalecer el statu quo. Las crónicas del siglo XVI y XVII se volvieron escasas, así como los estudios sobre el continente americano y sus civilizaciones precolombinas[10], lo que confirma el paulatino fortalecimiento de una tradición cultural eurocéntrica y el carácter subalterno de la tradición cultural aborigen subordinada que se iría acentuando en la era borbónica. La reducida élite culta aborigen se asimiló a la tradición cultural hegemónica europea y no generó en la teoría expresión propia, aunque sí en el arte[11]

El Perú prehispánico conoció cacicazgos, curacazgos, reinos y señoríos, donde las élites retenían la tradición culta no universitaria y el pueblo la tradición popular. Incluso durante la Colonia la élite indígena alfabetizada fue aumentando, aunque se les prohibía estudiar en la universidad. En una sociedad de castas raciales existía el factor étnico pero subyugado por un proceso cultural compartido. En cambio la naturaleza de la coexistencia de varias tradiciones culturales (culta, popular y étnica) en el Perú colonial varió y se polarizó racialmente.
La tradición culta desde fines del siglo dieciséis se fue desplazando vigorosamente de las élites indígenas a las élites españolas, y la tradición étnica desde el siglo diecisiete se identificó con el aborigen andino, mientras que contingentes en aumento de mestizos y criollos iban engrosando las filas de la cultura popular[12].

Las obras admitidas por el Santo Oficio reflejan esta evolución de las ideas y de la cultura en el Virreinato del Perú, que si bajo los Habsburgo favoreció el estudio de la realidad peruana a través de la crónica, bajo los Austrias este tendencia fue desapareciendo para favorecer la introducción de las ideas europeístas que unida a la tradicional defensa dominica y jesuita de los derechos del indio concluiría finalmente provocando el proceso de Independencia de las Américas, la cual no se entiende sin la lectura del Inca Garcilaso por los enciclopedistas. De este modo, las obras admitidas son parte importante de la vida cultural pero sólo reflejan una porción de la poderosa vida espiritual durante el Virreynato. La obra de los dominicos en defensa de los indios, de los jesuitas y sus reducciones revolucionarias y de los tomistas con su argumentación a favor de la justicia era parte de esta espiritualidad que rebasaba el control de las obras admitidas.



[1] José Torre Revello, El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación española (1940), p. 47.
[2] Cfr. Teodoro Hampe Martínez. Bibliotecas privadas en el mundo colonial: la difusión de libros e ideas en el Virreynato del Perú (siglos xvi-xvii), Madrid, Iberoamericana 1996; “La historiografía del libro en América hispana: un estado de la cuestión”, Leer en tiempos de la Colonia, México, UNAM, Centro Universitario de Investigaciones Bibliotecológicas, 2010, pp. 55-72.
[3] Cfr. Magdalena Chocano Mena. “Colonial printig and metropolitan books: printed text and the shaping of scholarly culture in New Spain (1539-1700)”, Colonial Latin American Historical Review (Alburquerque NM), vol. 6, 1997, p. 73.
[4] Cfr. Elizabeth Hill Bonne y Walter D. Mignolo (eds.), Writing withbout words: alternative literacies in Mesoamerica and the Andes, Durham, NC: Duke University Press, 1994.
[5] Me refiero a Rolena Adorno (“Introduction”, en Leonard, Books of the brave: being an account of books and of men Spanesh Conquest and settlement of the sixteen-century New World, p. xix-xxiv), Walter D. Mignolo (Ibid.) y Victoria Oliver Muñoz (“La biblioteca del Colegio Máximo de San Pablo de Lima (1568-1767): una descripción”, Anuario del Archivo y Bibliotecas Nacionales de Bolivia (Sucre), vol. 10, 2004, pp- 817-828). No obstante estas novedades la obra de José Torre Revello, El libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación española (1940) es todavía fuente autorizada. Revello e Irving hablan de un comercio trasatlántico del libro, pero Magdalena Chocano ha negado tal revolución de la imprenta en la Nueva España de los siglos xvi-xvii, porque escarmentados de lo que había ocurrido en la Europa de la Reforma, la imprenta sirvió para consolidar el status quo del gobierno español en América.
[6] Cfr. Teodoro Hampe, Op. Cit. P. 63.
[7] La posición minimalista, frecuentemente indianista, sostiene que el Imperio de España siempre trató al Perú como Colonia (Cf. Virgilio Roel, Historia del Perú: independencia y república en el proceso americano y mundial, Lima 1997) mientras que posición maximalista, generalmente hispanista, piensa que jamás dejó de verla como un Reino (Cf. Fausto Alvarado Dodero, Virreinato o Colonia. Historia conceptual. Siglos XVI-XVII-XVIII, Fondo Editorial del Congreso del Perú). La verdad es que indianistas e hispanistas son parciales y poco objetivos, porque mientras los Habsburgo hicieron lo segundo, los Borbones hicieron lo primero.
[8] Anatópico es un término creado por el pensador peruanista católico V. A. Belaunde para señalar la tendencia a reflexionar dando la espalda a la realidad nacional. Cfr. Wilberth Almonte Prado, Anatopismo, Crisis y Regeneración Nacional, Lima 2013.
[9] Cfr. Irving ha señalado que el 70 por ciento de los libros que circulaban en el siglo xvi-xvii correspondían a obras religiosas, Op. cit..p.105.
[10] Al respecto resulta valiosa la lectura de Liliana Regalado, Construyendo historias. Aportes para la historia hispanoamericana a partir de la crónicas, PUCP, Lima 2005.
[11] México y Perú eran los dos centros más importantes de civilizaciones precolombinas y fue allí donde en un principio de la Colonia se empezó a importar pintura y escultura italiana y flamenca y a imitar la arquitectura barroca, pero la producción propia comenzó inspirada en los modelos europeos, para luego incorporar símbolos de la propia cultura indígena que resultaron muy superiores al original. En el Perú el barroco colonial estuvo muy adelantado a mediados del siglo diecisiete y el dieciocho. Véase: Juan Carlos Estenssoro, Francisco Stastny Mosberg, Estudios de arte colonial, IFEA, Lima 2013; Carmen Ruíz de Pardo, Joya del arte colonial cuzqueño. Catálogo iconográfico de la iglesia de Huanoquite, Lima 2004; Martha Barriga Tello, Influencia de la Ilustración Borbónica en el arte limeño. Siglo XVIII, Lima 2004; Teófilo Benavente Velarde, Historia del arte cusqueño. Pintores cusqueños de la colonia, Cusco 1995.
[12] Sobre el racismo en el Perú colonial puede consultarse con provecho a Gonzalo Portocarrero, Racismo y mestizaje y otros ensayos, Fondo editorial del Congreso, Lima 2007; Nelson Manrique, La piel y la pluma. Escritos sobre literatura, etnicidad y racismo, Sur, Lima 1999; Marcel Velásquez Castro, Las máscaras de la representación. El sujeto esclavista y las rutas del racismo en el Perú (1775-1895), UNMSM, Lima 2005. Para Portocarrero el mestizaje en la República terminó relativizando el racismo, haciéndola invisible y convirtiéndola en una práctica sin discurso. Mientras que Velázquez se concentra en la construcción cultural del afroperuano.

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