domingo, 28 de febrero de 2016

FIN DEL UNIVERSO Y BIEN ABSOLUTO

FIN DEL UNIVERSO Y BIEN ABSOLUTO
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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El ser del universo tiene su contrario, a saber, su desintegración. Es un ser al que le corresponde un bien relativo porque tiene como contrario a la muerte y al mal. La muerte es el mal y el universo se dirige aceleradamente hacia su fin definitivo. Si el sentido del ser se agota en la muerte, entonces esto es el triunfo irrebatible del no-ser y de la Nada. Pero la nada no es nada, no es una realidad positiva, en la escala de la existencia es una privación o una negación. Entonces, ¿no será que la muerte del bien relativo del cosmos esté indicando la presencia del Bien absoluto que carece de contrario?

Veamos. Recientemente científicos portugueses de la Universidad de Lisboa, al estudiar los datos de la última expansión del universo, las explosiones de supernovas y las oscilaciones acústicas de bariones, corrigen el cómputo y concluyen que debido a la energía oscura o la fuerza que destroza la materia –que podría constituir el 70% del contenido actual del universo- el final del cosmos podría acontecer dentro de 2,800 millones de años y no en 22,000 millones de años, como lo afirmó el 2015 un grupo de especialistas de la Universidad de Vanderbilt de EEUU.

Esto es, el nuevo cálculo de los portugueses afirma que el final del universo acontecerá ¡10 veces antes de lo previsto! Sin embargo, cabe preguntarse si el universo está en un proceso de desgarramiento acelerado, entonces su velocidad está en permanente aumento y puede desaparecer incluso antes del cálculo lisboeta.  Según esta teoría el universo se convertirá en un gran espacio de partículas aisladas que sin capacidad de interactuar tenderán a extinguirse.

El estado final de la evolución cósmica existe, es un hecho, pero puede darse de muchas maneras. En este terreno especulativo predominan en la ciencia los modelos cosmológicos ateos e inmanentes de Penrose (multiversos cíclicos) y Hawking (multiversos paralelos).

Sin embargo, caben imaginar otros modelos alternativos: universo con frenado gravitatorio sin capacidad para generar un nuevo big bag emergente, o el megauniverso con universos oscilantes que desaparecen por colapso gravitatorio, el eón de eones al fin se apaga dejando la habitación del cosmos sin nadie y sin nada. Ni las constantes adimensionales ni el rebote cuántico serían capaces de volver a prender la luz del universo.

Todos estos modelos son fenomenalistas porque dependen de las evidencias científicas que las respalden. Pero aun cabe otro modelo cosmológico no ateo y trascendente, donde los multiversos con o sin megauniverso dependan de un principio antrópico no causal o cuántico sino providencial, que responde a un plan de la voluntad de un Creador omnipotente, donde el objetivo no es la recreación sinuosa de la materia en sus diversas formas y sí más bien demostrar la importancia suprema del hombre en el cosmos.

Esto es, en el modelo trascendente del universo no es que lo metafísico se supedita a lo axiológico –modelo platónico-, sino que lo ontológico y lo axiológico son inseparables, el ser y el valor son las dos caras de una misma realidad, donde el privilegio ontológico corresponde a la voluntad, una voluntad pura donde se afirma la identidad entre el ser y el bien, y donde la voluntad imperfecta de lo finito participa de dicha fuente informando lo real y lo ideal. En suma, el ser es un acto que se produce a sí mismo, por tanto, es un bien. Ser y Bien son lo mismo, son absolutos, sólo que en el orden del ser finito el Ser es objeto del intelecto y el Bien es objeto del querer. En sentido absoluto querer y pensar es ser, así la unidad del Ser y el Bien es la fuente donde cada cosa bebe lo que le hace ser. 

Mientras tanto en los modelos ateos o inmanentes del universo el ser queda contrapuesto al no-ser o con la nada. De modo que el final del universo es inevitable. Pero el ser del que la ciencia trata es la fenomenicidad, y no hay fenómeno que pueda identificarse con el ser ni con el bien en sentido absoluto sino relativo. Es decir, el ser y el bien relativo de lo finito sólo puede proceder de una actividad más alta en la que son idénticos el ser y el bien.

El verdadero ser es anterior a la distinción entre ser y bien. Y esto  no es platonismo, porque en Platón el Bien es superior al ser. Pero la universalidad y la univocidad de ambas nociones permiten entender que el bien y ser absoluto carezca de contrario, el bien en cuanto idéntico al ser carece de contrario, igual con el ser, lo cual sólo puede ser resultado ontológico de una potencia soberana que permite al ser  ser causa de sí, es creador de sí mismo.

Este ser que se piensa y que se da el ser así mismo sólo puede ser Dios. En Dios no es que lo práctico sea más profundo que lo teórico, sino que en él su identidad se establece porque la universalidad representativa está unida a la interioridad creadora. Por ello Dios es ser en acto, porque es un acto que se produce a sí mismo en la eternidad, sin un antes ni un después, en una simultaneidad perfecta de la presencia absoluta. Así, el ser y el bien no tienen contenido sino en el acto.

De ahí, que la clave del problema ontológico sea la libertad del ser absoluto para darse a sí mismo el ser y para crear seres finitos cuya existencia consista en darse una esencia. Pero si en el ser absoluto el acto es un movimiento interno, en sus criaturas se trata de un movimiento externo. El movimiento inmóvil de uno y el movimiento móvil del otro, muestra que estamos en presencia de una actividad constante de lo increado y lo creado. El acto puro del ser absoluto y el acto participado del ser relativo permite concebir la significación ontológica de la libertad nouménica del kantismo  como propio de la voluntad pura absoluta del ser mismo y de la voluntad transfenoménica relativa de la persona humana.

Si como hemos establecido el bien es ontológico, y si el bien relativo tiene como contrario el mal, entonces la participación del cosmos en el ser no es infinita sino limitada. Pero por qué tiene que morir en vez de ser eterno.

Primero, porque el acto que se agota en su puro ejercicio finito no puede ser eterno sino temporal, y el universo es temporal.
 Segundo, porque el ser temporal del universo no encuentra en sí mismo la razón de ser.
Tercero, porque el bien relativo del universo temporal es inseparable de su existencia imperfecta.
Cuarto, porque la existencia imperfecta del universo finito evoca un mal que es su muerte.
Quinto, porque en la escala de la existencia el ser del universo representa la exterioridad que es correlativa a la interioridad del ser.
Sexto, porque el universo al mostrar su potencia consumativa a la existencia del yo, revela que la clave del principio antrópico es el puesto del hombre en el cosmos.
Séptimo, porque el fin del universo revela que a nivel relativo el carácter ontológico del bien y el carácter axiológico del ser, se constituye en un valor de la existencia que lo impulsa hacia lo Absoluto.
Octavo, porque el final del universo señala que todo lo real tiende a la muerte, salvo el ideal que el existente opone a lo real.
Noveno, porque en última instancia la muerte del universo justifica la potencia soberana del Bien Absoluto, en el sentido de que es la única con el poder dinámico de brindar el ideal de la vida eterna y ofrecer el modelo viviente de nuestra acción.

En una palabra, el universo fenoménico está condenado a morir irremediablemente, más temprano que tarde, pero la significación ontológica del bien y de la libertad transfenoménica de la existencia humana, ofrece en el Bien absoluto el ideal y el modelo de la vida eterna. Ahora se comprende mejor las palabras de Mateo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (24:35).

El bien relativo del universo que se extingue según la teoría del Gran Desgarramiento, indica la existencia del Bien Absoluto sin contrario y el sentido ontológico del bien, que da esperanza en la vida eterna.


Lima, Salamanca 28 de Febrero del 2016