jueves, 31 de agosto de 2017

MITOMÓRFICA IDEA PREHISTORICA DEL ALMA

LA MITOMÓRFICA IDEA PREHISTORICA DEL ALMA
Gustavo Flores Quelopana
Sociedad Peruana de Filosofía
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Lejos de ser fantasía la vida eterna o experimentar el ser del hombre unido al ser de la divinidad, esta es un medio efectivo y cierto de la evolución racional humana. Y lo más asombroso es que ello aconteció con las motivaciones que dieron lugar al primer enterramiento en la prehistoria. Resulta realmente imposible que los humanos se decidieran a rendir tributo y memoria a sus congéneres fallecidos sin que se concibiera la idea de “algo” que sobrevive a la muerte. Y ese algo representaría la prehistórica idea del alma. ¿Pero se trata de una idea sin concepto, como las ideas estéticas? ¿Una intuición espiritual primitiva? ¿Se trató de la rememoración de una verdad primordial? ¿Era un signo del destino trascendente humano?
Se ha observado a los elefantes acompañar a sus muertos. Es famosa la historia del perro terrier llamado Bobby que permaneció fiel ante la tumba de su amo hasta fallecer. Esta especie de duelo parental también se ha advertido en simios y aves. En suma, son conocidas muchas reacciones insólitas de los animales ante la muerte, pero todavía no se sabe si estas actitudes son un verdadero entendimiento de la muerte o es solamente tristeza ocasionada por la separación de un ser querido. Un can entierra su hueso, y los felinos ocultan sus presas, pero ninguno hace lo mismo con el cadáver de la manada. No se ha notado entre los animales un acto que señale la idea que algo sobrevive a la muerte. Esta misteriosa idea sólo le sobreviene al hombre. Todo indica que los animales no son consciente ante la muerte. No obstante, desconcierta la capacidad de ciertos animales de percibir la muerte. No existe ninguna explicación científica al respecto y se le suele atribuir a una misteriosa facultad animal paranormal. Algo parecido a lo que acontece con ciertos perros que reposan su cabeza o alguna parte de su cuerpo sobre la parte humana afectada por el cáncer, y muchas veces tiene un efecto curativo. Es conocido el caso del gato llamado Oscar en un Centro mental de Rhode Island, quien haciendo gala de un sexto sentido solía acompañar a los pacientes que iban a morir. Este poder paranormal de presentir la muerte también se ha notado en palomas. Incluso perros que “sienten” la muerte de su amo a cientos de kilómetros de distancia. Ello desbarata la teoría que se trata de la percepción de un olor. Pero si no sienten un olor entonces qué perciben. ¿Son afectados por una especie de energía psíquica o espiritual? ¿Respondía el gato Oscar a esta fuerza invisible? ¿Pero si se trata de un fenómeno condicionado de estímulo respuesta, entonces por qué no había una congregación de gatos en cada moribundo? Esto hace añicos la explicación conductista de la percepción animal de la muerte.
El modelo experimental y empírico de la explicación científica es insuficiente para dar cuenta de estos hechos. Parece que las teorías científicas abren paso a las teorías religiosas y filosóficas. Ahora bien, los animales perciben la muerte pero no saben lo que es la muerte. No tienen ritos ni enterramientos funerarios. Si la percepción de la muerte en los animales puede ser un hecho común ello no significa que tengan una idea de la muerte. Además, en el hombre ocurre lo contrario. La percepción de la muerte es un hecho extraordinario y nada común. El hombre no percibe la muerte pero tiene una idea de lo que es. Cuál fue esta idea en los primeros enterramientos de la prehistoria. De qué clase de idea se trató. No era lo mismo olvidar la técnica para prender fuego que perder a un pariente. De lo primero dependía la sobrevivencia de los vivos, pero de lo segundo dependía la “sobrevivencia” del  muerto.
Podemos imaginar al primer homo erectus que dominó el fuego, cocinando sus alimentos, fabricando sus armas, mejorando sus viviendas, ahuyentando a las bestias y empezando su carrera hacia la humanización. Hasta podemos imaginar al homo erectus llorando de dolor por la pérdida de un ser querido. Lloroso y conmovido por su ida sería presa de un sentimiento de orfandad existencial muy profunda. ¿Se agudizó la idea de la Nada? Lo más seguro es que sí. La Nada, como carencia o privación, se afincaría entre los primeros humanos a través de la muerte de los parientes. La idea da la Nada en sentido absoluto tardaría miles de años más en hacer su aparición. Entonces,  ¿Podemos concebir al hombre de hace 800 mil años concibiendo alguna idea de la muerte? Afirmar que los arqueólogos al no encontrar enterramientos tan antiguos testimonia que no tuvieron idea de la muerte es dar un paso muy inseguro. Sencillamente pudieron haber realizado ritos sin enterramientos, enterramientos precarios, o haber tenido una idea muy extraña lo que se debía hacer con el cadáver. Pero lo más seguro es pensar que la idea de la muerte es lo que distingue al hombre de la especie animal. La experiencia de la muerte acentuó más al hombre en su condición de criatura metafísica.
Pues bien, pero qué implica la idea de la muerte. La idea de la muerte implica tres cosas fundamentales y de proporciones descomunales: 1. Comprender la nada en todas las cosas yendo más allá de lo contingente, 2. Salir del ente y atisbar el Ser incentivando la especulación metaempírica, y 3. Apertura de un horizonte transhistórico, que universaliza la experiencia entre un principio y un fin desconocido. Por eso, no es desproporcionado sostener  la irrupción de la idea de muerte, y no el fuego, fue lo que disparó la humanización. Con la idea de la muerte se hizo más importante la vida. La mortalidad cobra una importancia suprema, porque aquel reino oscuro y desconocido de la muerte atrae enigmáticamente buscando explicación y suscitando pensar en la vida del más allá.
También la muerte potencia poderosamente el lenguaje simbólico, el único lenguaje universal producido por el hombre. Una cosa era soñar con la cacería de un mamut o el dar muerte a un tigre dientes de sable que soñar con un difunto. El freudismo recuperó el significado del lenguaje simbólico pero la etnología la mantiene olvidada. Es inevitable remontar el lenguaje simbólico a la prehistoria. Pero es más importante para comprender la idea de la muerte en la prehistoria asumir una hermenéutica remitizante y trascendente que otra desmitizante, naturalista, cientificista e inmanentista. De lo contrario todo el material onírico se reduce a actividades mentales de índole estrechamente subjetivas. Superando el agnosticismo inmanentista que predispone hacia un cientificismo, no hay duda que se puede afirmar que hay sueños que son estrictamente psicológicos, pero los hay también de índole trascendente y paranormal. No se trata de negar el punto de vista psicológico, sino de ampliar los puntos de vista con otro de índole espiritualista. El psicologismo estrecho toma los sueños como engañosos deseos irracionales o como verdaderos indicios de conflictos psíquicos, pero en sentido estrictamente inmanente.
Pero aquí el tema central es que la muerte no concluye con el enterramiento del difunto, sino que se hace presente con un rico material onírico que se acentúa en los llamados chamanes u hombres visionarios de la prehistoria. Sería en estos últimos en donde el material onírico aparece no como un elemento psicológico sino de una fuente extramental. Esta fuente extramental se referiría a mundos sutiles de los muertos, demonios, ángeles, semidioses y dioses, que universalizan la experiencia humana de la vida hacia realidades que explicarían la ruptura de lo histórico con lo ontológico. Esta experiencia desde la vida hacia la muerte y desde la muerte hacia la vida constituye el horizonte mitomórfico desde el cual fructificarán los mitos. Nuevamente aquí hallamos que el horizonte mitomórfico precede al horizonte mitocrático y al horizonte lógico. Es más, la idea de la muerte en el hombre lo convierte en la criatura mitomórfica por excelencia, sin la cual no hubiese sido posible el razonamiento analógico del mito ni el razonamiento deductivo de la lógica conceptual. No es que lo mitomórfico carezca de lógica, al contrario, su lógica es cualitativamente diferente a la lógica analógica del mito y a la lógica deductiva del concepto lógico. Aquí nos hallamos en territorio primordial y arcaico del pensamiento humano. Encender el fuego y cazar el mastodonte implica un tipo de razonamiento lógico. Concebir la idea de la muerte es un acto de mayor profundidad y complejidad. No sabemos con certeza y exactitud cómo era. Pero se puede columbrar la operación mental que representa. Por supuesto que no puede ser exactamente como un pájaro canta para encontrar pareja, ni como el cocodrilo entierra y cuida de sus huevos hasta que nazcan las crías. En el hombre no es una cuestión de instinto, es un acto espiritual que trasciende la naturaleza y refrenda una función metaempírica. Si la idea de la muerte naciera de un acto biológico instintivo, entonces muchas otras criaturas del reino animal también efectuarían entierros y rito funerarios. Pero es obvio que no es así. Esto es un signo poderoso que indica que el hombre más que pertenecer al reino animal pertenece al reino espiritual. El tipo de lógica del hombre prehistórico que lo llevó no sólo a perfeccionar instrumentos hasta concebir la idea de la muerte no implica la existencia de otros principios lógicos. La tres leyes clásicas –identidad, contradicción y tercio excluso- son universales y las mismas. Lo único que varió fue la combinación y hegemonía entre las mismas.
Ahora bien, la analogía –razonamiento característico de la lógica mitocrática- no pudo haber presidido el origen de la idea de la muerte. Pues, entre la vida y la muerte la semejanza es por principio nula. No hay analogía entre el ente Vida y el ente Muerte. Aunque se puede pensar que es un tipo especial de razonamiento analógico, a saber, el que va del efecto a la causa o viceversa. El acto de enterrar un muerto no sólo indica respeto, sino la idea de que hay “algo” que le sobrevive. Ninguna evidencia empírica puede refrendar dicha idea. Incluso a primera vista luce ilógica, luce como un acto irracional, ilógico. Sorprende que tal cosa metaempírica haya advenido sobre los humanos prehistóricos. Pero el soñar con un muerto o la visión del chamán del paleolítico da consistencia a dicha idea de la muerte. Que los muertos hablen en sueños, aparezcan en forma fantasmal o por medio del chamán describe un tipo de razonamiento que indudablemente tiene que ver con la noción analógica del ser. Es la propia realidad la que sugiere un razonamiento específico. Aparentemente se sugiere un razonamiento analógico.
El análisis tomista de la analogía por Cayetano es valioso aquí, sobre todo, en su distinción entre lo análogo y lo analogado. La Vida y la Muerte no fueron cosas análogas para el hombre prehistórico, de lo contrario no lo hubiese desconcertado hasta el punto de efectuar ritos de enterramientos. No son cosas análogas pero sí son cosas analogadas. Esto implica asumir una interpretación metafísica y no fenomenista, ni funcionalista ni lógico-semántica de la analogía. Pero también mediante el razonamiento unívoco se puede efectuar una idea metafísica. El caso más palmario es el panteísmo. De modo que una visión ontológica de la analogía es más compleja que la que aparece en la lógica formal clásica. Y por ello menos adecuada para aplicarlo al razonamiento prehistórico.
Nunca se podrá dar una formulación exacta de la propiedad formal implicada en la metafísica idea prehistórica de la muerte. Pero se puede columbrar que dos cosas analogadas no necesariamente representan un razonamiento analógico. Puede ser un razonamiento unívoco con apariencia analógica. El pensamiento unívoco supone semejanza o identidad. Por la semejanza tiene un parecido con el razonamiento analógico cualitativo, aunque éste es básicamente proporcionalidad cuantitativa. De manera que todo indica que la idea prehistórica del alma no nace de una igualdad analógica de razón aplicada al campo ontológico, sino de la prescindencia de las diferencias para formular un universal unívoco. Todo lo cual lleva a pensar que la idea de una substancia permanente que sobrevive a la muerte es más primitiva de lo que se supone y corresponde a la racionalidad unívoca del hombre del paleolítico.
Es más, resulta atinente pensar que la idea de la muerte tiene un efecto profundo tanto en la mente como en el corazón. Y con la idea de la muerte corre parejo el crecimiento del razonar y del amor. No hay duda que la muerte es la única cosa que aterra siempre, pero también mueve los sentimientos y los pensamientos de modo insuperable. En última instancia, lo único que nos separa de la idea muerte es el Amor. Por amor morimos pero también vivimos y revivimos. Y esto es tan cierto que el chamanismo y las religiones de todos los tiempos se basan en la promesa de vencer a la muerte. No se trata simplemente de la existencia en el hombre de un deseo de no morir, sino de la percepción de lo ultraterrenal y universal a través de la idea de la muerte. Con  frecuencia se dice que lo terrible no es la muerte sino el morir. No obstante, la historia milenaria de las religiones testimonia que el hombre experimenta como más terrible la incertidumbre por la vida más allá de la muerte.
Es cierto que las evidencias de enterramientos prehistóricos se remontan al neandertal de hace 80 mil años. Pero lo más seguro es que la idea del alma y de la muerte sea mucho más antigua de lo que las pruebas empíricas señalan. Desde el Neandertal o sea hace ¡80 mil años! efectuaban enterramientos con ritos y ceremonias religiosas. ¿Tenían idea del alma? ¿Es esta idea prehistórica del alma la mayor evidencia de que el hombre es una criatura metafísica? ¿Esta idea supone la forma conceptual o simbólica? ¿Llevó la idea del alma a la idea de lo divino? ¿Qué tipo de reflexión implican estas ideas prehistóricas sobre el alma: animista, mitológica, lógica-conceptual?
Cuando en 1856 se descubrió el primer entierro de un Neandertal en una cueva del Valle de Neander, en Alemania, nadie le dio el significado debido. Solo después del descubrimiento de un entierro en Spy (Bélgica) en 1885, y otro en 1908, en la cueva de La Chapelle-aux-Saints, en Francia, una fosa que contenía los restos de un cazador, rodeado por huesos despedazados de animales y menesteres de sílice. En 1912, los hallazgos de tumbas cerca de La Ferrassie dieron origen a sistemáticas excavaciones cuyos resultados en 1934, no dejaban dudas sobre ritos, ceremonias y creencias muy elaboradas. En Crimea, sobre el Mar Negro, se encontraron, en 1924, tumbas en la caverna de Kiik-Koba. En 1930 el hallazgo de fósiles en el Monte Carmelo, cerca a la ciudad de Haifa. Pero el descubrimiento más asombroso de todos ocurrió en 1960 en la caverna de Shanidar, en los montes Zagros, al norte de Irak, donde con una antigüedad de unos 60 mil años, encontraron los restos de 6 Neandertales. Se encontró la sepultura de un cazador sobre un lecho de ramas y flores, con grandes cantidades de polen.
El resultado de las indagaciones era que los Neandertalenses desde hace 80 mil años enterraban a sus muertos, apreciaron la maravilla de la vida humana con mayor claridad, aparentemente, que sus predecesores, y buscaron preservarla. Los entierros significan que tuvieron creencias sobre una esencia humana -alma o espíritu- que sobrevive a la muerte. El enterramiento neandertal significa la primera evidencia de modalidad ontológica postpersonal. ¿Pero esta idea de que la muerte no es el final, que es una creencia abrumadora de la humanidad, se reviste bajo la forma de un pensamiento animista, mitológico o conceptual Kant en su Crítica del Juicio admitía en el ámbito estético “ideas sin concepto”. Yo creo que hay que extender dicho planteamiento kantiano a diversos periodos de la vida humana, sobre todo para etapas prehistóricas.
Es decir, el hombre prehistórico captó de forma puramente intuitiva la primera idea metafísica de la historia de la humanidad, a saber, la idea del alma. Esto significa que la metafísica del hombre primitivo, y ni siquiera hablamos del posterior hombre cromagnon, evidencia el ejercicio del pensamiento sobre la base de la mera intuición sin mediación conceptual. Asi habría funcionado el razonamiento univoco mitomórfico del paleolítico. Pero esta idea sin concepto del alma que sobrevive a la muerte, ¿es producto de las cosas mismas o del sentido de inmortalidad humana? Si optamos por lo primero aceptamos el objetivismo de la vida después de la muerte. Como hemos visto, para responder a la pregunta sobre cómo concebía el hombre prehistórico la idea del alma que sobrevive a la muerte es inevitable referirnos a la creencia en el otro mundo, los fantasmas y los sueños. El mundo onírico, los fenómenos preternaturales y sobrenaturales, y la idea de otro mundo, tienen para la mente humana prehistórica la evidencia de una verdad incontrovertible. Resultan ser acaecimientos objetivos incuestionables. Desde esta base la idea de la vida después de la muerte tuvo que tener un impacto profundo sobre la evolución racional y ética de la conciencia humana. Aquí todavía no hablamos de religiones ni de mitos, sino de lo numinoso. O sea de la manifestación preternatural y sobrenatural del fenómeno religioso y trascendente. Es en este contexto cuando lo religioso aparece con mayor fuerza y nitidez como religación de lo humano con lo divino. En otras palabras, lo que sobrevive del hombre no lo hace para vagar de modo incierto en el más allá, y sí, más bien, conduce hacia la idea de una primera soteriología y teleología intuitiva donde el alma sobreviviente guarda un fin superior en el más allá.
Esta idea prehistórica del alma guarda dentro de sí una intención mítica y es una prueba de que la metafísica intuitiva es más remota que la mitología. Esta metafísica intuitiva corresponde a la racionalidad mitomórfica. A la luz de estos razonamientos, es difícil estar de acuerdo con G. Gusdorf (Mito y metafísica) para admitir que la mitología encierra una metafísica primera. No es la mitología la que encierra la primera metafísica. Es lo mitomórfico la que la contiene. Es el pensamiento prehistórico el que siendo pre-mítico encierra la verdadera metafísica primera del pensamiento humano. Si esto es cierto, como creo que lo es, entonces plantea un desafío a la propia teoría filosófica mitocrática. Pues, cómo concebir esta forma de pensar substancial prehistórica. Por un lado, confirma que el hombre es la criatura filosófica por excelencia. O sea que se pregunta por las cosas esenciales del universo. Por otro, antes que el mito es la intuición la forma que tiene la razón para responder a los enigmas del cosmos. Y por último, que antes que la forma mitocrática de filosofar hay una forma anterior que corresponde a la humanidad prehistórica, a saber la forma mitomórfica. Asi, perfilo mejor mi primer planteamiento al respecto (Las filosofías marginadas). La que denomino el filosofar empiriocrático de la prehistoria es racionalidad mitomórfica. Denominación que tiene nada que ver con una forma de pensar capaz de extraer intuiciones generales de experiencias particulares.
El filosofar empiriocrático mitomórfico sería la forma de filosofar del hombre prehistórico. Esto escandaliza a los filósofos eurocéntricos conceptualistas, para quienes la filosofía solamente es discurso conceptual, o sea la forma griega. La humanidad sabrá tener compasión del dogma eurocéntrico. Lo real es que el hombre de todos los tiempos siempre se ha sentido desconcertado y asombrado por las situaciones límite de la existencia. Y el hombre prehistórico no fue la excepción. Filosofó a su manera y a su nivel intuitivo-racional. Luego con los milenios vendría la forma simbólica del filosofar mitocrático, al cual sucedería el filosofar conceptual de Grecia. El nacer, morir y sobrevivir despertó el asombro del hombre prehistórico y sobre esta experiencia fecundó la idea de la vida más allá de la muerte. La evidencia de los entierros de hace 80 mil años del hombre de neandertal así lo testimonian, y lo más probables es que seguirá retrotrayendo más atrás hasta llegar al homo erectus. Esta capacidad de la razón humana –ya sea en su forma intuitiva, mitológica o conceptual- para elevarse de lo particular a lo general, de lo mortal a lo inmortal, de lo finito a lo infinito, es uno de los grandes enigmas de la condición humana llamada siempre por lo Absoluto. Y en auxilio viene la fe y la teologia con su idea de la gracia. O sea, la capacidad humana hacia lo universal es una gracia puesta por el Creador en el alma humana.

31 de Agosto 2017